viernes, 2 de febrero de 2007

Esta noche


En esta noche calurosa de Buenos Aires, la luna puede verse con claridad. Grande y misteriosa, allí está brillando, siempre lejana. Siempre distante.
Se ven pocas estrellas que, algo tímidas, se desparraman desordenadas en ese manto negro que ha cubierto la ciudad por completo. Así la tarde se fue desangrando gota a gota hasta morir en la noche oscura, irremediablemente. Y el celeste de la tarde se transformó en un fuego enfurecido al atardecer. Y de entre esas llamas, surgieron los astros.
Y en noches de luna como la de hoy, me asaltan los recuerdos de lugares y tiempos felíces que se fueron para no volver. Invaden mis pesnamientos, esos recuerdos que hoy son distantes como esta luna que veo. Esos recuerdos, hoy marcan la presencia de la ausencia de esos días en los que todo parecía un dulce sueño interminable; tiempos en los que todo era posible, alcanzable, sencillamente felíz. Epocas de escondidas, rodillas raspadas y sucias y juegos en el parque; ¡cómo han quedado atrás esos días en los que la palabra "soledad" era tan solo una palabra sin sentido! Esos años en los que la sonrisa de quienes me dieron la vida parecía alumbrar un sendero que se aparecía así como calmo, seguro, lleno de una luz brillante e inagotable. Y los sueños de la infancia se fueron alejando cada vez más con cada ocaso, con cada tarde que terminó en fuego.Y así, las calesitas, las muñecas y el triciclo quedaron presos en algún lugar que sólo en días como hoy puedo recordar. En el mismo lugar en donde quedaron los chupetínes, los globos de colores, los veraneos en Gessel, las risas que andaban en bicicleta y los cuentos de hadas.
Y la noche de hoy disipó la calma. Y la luna vuelve a abrir las heridas de todo aquello que no sucedió y de lo que sucedió pero ya está lejos.
Y la noche de hoy atormenta mis sentidos con tanto silencio. Ese silencio tan profundo desde donde emanan despiadadas las voces de un recuerdo.

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