martes, 9 de octubre de 2012

Hoy toca un recuerdo torpemente traducido en palabras que no pretende otra cosa que rendir un sentido homenaje.

Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero lloraba frente a la estatua (…) Y el viajero hizo bien, porque todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar y a todos los que pelearon como él por que la América fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido. (José Martí, 1889. La Edad de Oro, Tres Héroes.)















21 de febrero de 2012. Santa Clara, Cuba.

Día inusualmente caluroso para esta época del año. Hoy amanecí con un intenso dolor de cabeza de esos que se agravan con el calor. Tan sólo me quedan dos días en Cuba, así que no me importa, el itinerario trazado originalmente va a cumplirse a raja tabla. Aunque de algún modo sé que esta no será mi última visita a la isla, es probable que pase mucha vida y muchos años hasta que vuelva a pisar estas tierras que han llenado mi corazón de emoción y de asombro. Estoy en el tramo final de este viaje. Fueron dos semanas de ensueño, de aprendizaje y descubrimiento. Sospecho que la persona que llegó a estas tierras un 10 de febrero no es la misma que partirá en tan sólo dos días. Es que nadie que pase por aquí puede irse igual que cuando llegó. Todo aquello hasta ayer leído en libros fue tomando vida en cada museo, en cada esquina y en cada relato en primera persona. Han sido varios días de recorrer historia, historias y lugares. Esta mañana, por ejemplo, tocó el tren blindado. Es cierto lo que dicen que dicen por aquí: en esos vagones devenidos en museo aún se respira hazaña. Y esta tarde toca el Mausoleo y Museo del Che.
El bici-taxi que parte de la plaza principal realiza un largo trecho por aquella ancha avenida. Durante el recorrido, tengo el gusto de conocer a Miguel, el amable conductor que me cuenta acerca de su familia y de su vida. Resulta que también es un impecable guía turístico que comparte conmigo datos curiosos y anecdóticos de los distintos monumentos. También ofrece amablemente contactarme con un médico amigo suyo, para que me recete las medicinas que me ayudarán a terminar con mi dolor de cabeza. Estamos en medio de la charla cuando llegamos al predio del Mausoleo, tan extenso como bien vigilado. Miguel promete esperar mi regreso justo en esa esquina. En el enorme predio se erigen varios monumentos que conmemoran las proezas de los valientes guerrilleros. Por el lado izquierdo puede verse el fuego eterno encendido por Fidel en 1997, al traerse los restos de Ernesto Che Guevara desde la Higuera, Bolivia. Alrededor de la llama pueden leerse los nombres de los 39 hombres que lo acompañaron y lucharon a la par, cuyos restos también han sido traídos a medida que fueron encontrados. Subiendo las escalinatas hay pilares enormes con bajorrelieves que inmortalizan  escenas de los estoicos guerrilleros en acción y graban en la inmortalidad las frases más características del pensamiento guevarista. Sin poder evitarlo, todo aquello se me va grabando en las retinas y en la piel como si fuera un tatuaje que tan sólo va a ser visible para mí.
Llegó el gran momento. Me tiemblan un poco las rodillas y me empieza a doler el estómago, porque antes de entrar al museo vamos a ingresar al Mausoleo propiamente dicho. Hay dos chicas muy simpáticas a unos metros de la puerta de entrada. Ellas charlan con los turistas y preguntan  nacionalidades para anotarlas en sus registros. Explican que no está permitido el ingreso con bolsos o cámaras fotográficas. Hay muchas personas esperando en las escalinatas. Escucho acentos cordobeses y porteños. También hay rosarinos. Las chicas nos organizan en grupos de a 7 o 10 personas y vamos ingresando de a poco.
 No creo que haya una sensación más indescriptible que la que me invade al ingresar en este lugar. De golpe recuerdo aquel ensayo de Martí. Soy como aquel viajero lleno de polvo y cansado que llega a Caracas para ver el monumento de Bolívar, su gran héroe. El aire del mausoleo está refrigerado por aire acondicionado. Al ingresar, se escucha apenas el sonido de una pequeña cascada artificial bordeada de plantas. El silencio profundo de quienes estamos allí y las paredes de piedra le dan aún más misticismo a este reducto paganamente sagrado. Es notorio que todos estamos experimentando sensaciones similares. El silencio es apenas interrumpido por el susurro tímido de alguno. Camino unos pasos y mis ojos van recorriendo casi incrédulos las paredes grabadas con los nombres y caras de cada guerrillero caído. Son los nichos que atesoran sus restos. Y en medio de todos, rodeado de los nombres de sus amigos y compañeros, está su nombre y su nicho. El nombre del Che. Sus restos. Por unos instantes el tiempo se detiene. Mis pies están como clavados en el piso. Miro el bajorrelieve con su cara. Mis ojos empiezan a nublarse y mi corazón se llena de preguntas. Igual que aquel viajero polvoriento y cansado, siento que lo logré. Llegué hasta aquí. A mi manera, bendigo a todos y a todo lo que me haya traído hasta aquí porque hoy sé que estos muertos también son mis muertos. Se me da por pensar que, fiel a su estilo como pocos,  no le hubiera gustado tener semejante monumento erigido en su nombre. Pero eso hubiera sido compensado por el hecho de que comparte su tumba con sus más fieles compañeros. Ellos también entendieron que en la Revolución se triunfa o se muere y supieron acompañarlo hasta el fin. Eso es lo que hacen los amigos y es eso lo que exigen los más altos ideales. Y más allá de las contradicciones de la historia, del paso del tiempo o de cómo haya sido o sea interpretado su pensamiento, ese amor enorme la humanidad es inequívoco. Tal vez esa es la razón por la cual, en este viaje, al Che, lo encontré en todas partes.
De eso, no me cabe la menor duda. Lo encontré acá en su tumba y allá afuera también. Está presente en la Habana, en Trinidad, en Santa Clara, en los monumentos, en las calles, en las casas que me abrieron sus puertas y sobre todo en las personas que me abrieron su corazón…Pude ver su sonrisa en cada gesto solidario que experimenté desde mi llegada. Su espíritu se hizo presente en la indignación de aquella señora porque alguien se me coló en la fila, en cada abrazo de bienvenida, en cada charla amistosa y en esos señores viejitos que venden periódicos en la Habana Vieja. Escuché su voz en cada canción que me fue regalada frente al Malecón, en los versos dichos por Camilo y recitados de memoria, en cada historia que me fue confiada y en el saludo de cada nuevo compañero y amigo que he sumado desde mi llegada. Vuelvo a sentir su mirada llena de esperanza en las miradas de todos esos chicos con los que compartí risas, fotos y caramelos. También escucho sus palabras queriendo sembrar futuro en boca de otras bocas. Y será por todo esto que hoy llego a la conclusión de que lo único que mata es el olvido. No se muere si se ha vivido en perfecta coherencia entre el sentir, el pensar y el obrar. Tal vez esa sea  la mayor felicidad a la que pueda aspirar un ser humano. Nada es en vano si se ha luchado para que el mundo sea más justo. Lo mataron mal porque no existen balas para el alma y porque el amor a la Libertad  es resistente a cualquier munición. Sólo pudieron apagar al hombre. No pudieron extinguir el fuego de su coraje, ni su pasión, ni su coherencia. Por eso él sigue luchando en cada uno que lucha, sintiendo en lo más hondo el dolor causado por cada injusticia que se comente contra cualquiera en cada rincón del planeta. En un mundo en el cual el amor a la humanidad agoniza, él sigue con ellos, en sus corazones, luchando por cada bocanada de aire… y mandando la muerte al carajo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso, Lucy. Envidio que tu corazón haya experimentado esas sensaciones y a la vez me alegro mucho que hayas cumplido un sueño.
Y espero que hayas vuelto más revolucionaria que nunca jaja

Un beso amistoso
George

Anónimo dijo...

Muchas gracias, George! Qué sorpresa tu comentario! :-) Espero que te encuentres muy pero muy bien.
Ese viaje superó cualquier tipo de expectativas previas. Sin exagerar, fue la experiencia personal más maravillosa de mi vida.

He visto dos Beatles y he viajado a Cuba: ya puedo morir tranquila!! jajaja :-P

Y sí, no te rías che, jeje. Intento eso: Ser cada día más Revolucionaria y sobre todo actuar como tal :-)

Hasta la Victoria Siempre, George!
Luz